¿Ha fracasado la digitalización de las aulas?
La digitalización no es cosa de ahora. Ya desde hace décadas se querían introducir paulatinamente ordenadores en los colegios para adaptarnos al irremediable futuro que nos esperaba. Resulta que ahora ese futuro es nuestro presente y está copado por una sociedad altamente digitalizada, aunque más en unos ámbitos que otros.
Mi generación creció con poca tecnología en las aulas y sin teléfonos móviles en casa. Sólo teníamos un teléfono fijo y el correo postal. Ahora no. Ahora la digitalización móvil está presente en el 97% de los hogares españoles y esto conlleva que el 70% de los menores de 15 años tengan un teléfono móvil propio. Concretamente, la edad de inicio en este tipo de dispositivos se sitúa en España en los 12 años.
Con estos datos en la mano, podemos determinar que el proceso de digitalización que a comienzos de la década de los 2000 se interpuso en la sociedad española se ha completado con éxito. No obstante, la democratización del acceso a la tecnología en los hogares ha supuesto que miles de niños estén en contacto directo tanto en casa como en los centros educativos de dispositivos electrónicos.
Al comienzo de la era de la digitalización de nuestra sociedad todos veíamos con buenos ojos que nuestros hijos, y nosotros mismos, utilizaran ordenadores y software que les ayudaran a “estudiar” para que el futuro les fuera más accesible. Todo eran beneficios. Los niños cacharreaban con una pantalla, dibujaban en el Paint y hacían cuatro multiplicaciones digitales sin la necesidad de lápiz, papel y goma, y esto supuestamente servía para facilitar el desarrollo cognitivo de los chavales.
Sin embargo, la metodología impuesta en las aulas no ha sido la apropiada. La idea de poder facilitar tareas como escribir mientras generamos menos residuos por no usar folios y cargar menos peso a la espalda por las mochilas era tentadora. Y funcionó. Pero no se ha tenido en cuenta la capacidad de influencia que podría tener y ha tenido la tecnología en contacto directo dentro de nuestros hogares.
En primer lugar, la digitalización de las aulas pretendía ser un suplemento que los hogares no se podían permitir. Es decir, la escuela se iba a convertir en un centro referente de educación en nuevas tecnologías para las nuevas generaciones, pero no ha salido como esperábamos.
En segundo lugar, no hemos tenido en cuenta la influencia de la democratización tecnológica, sobre todo del teléfono móvil, en nuestros hogares y me explico. Al principio se pensaba que la tecnología “puntera” solo estaría disponible en los centros de enseñanza y no en los hogares y esto limitaría el contacto con la tecnología y, dentro de estos centros, se controlaría además el uso de los dispositivos.
¿Nos hemos equivocado con la digitalización?
El “problema” ha sido el acceso universal en los hogares a la tecnología móvil porque no se ha tenido en cuenta la sobresaturación fuera de los colegios y la repercusión que tendría en las escuelas.
Tanta exposición a las pantallas ha derivado en que ahora que comunidades autónomas como Asturias, Andalucía o Madrid están apostado por eliminar las tablets y los ordenadores de las aulas porque provocan retraso en el aprendizaje y mas que una herramienta para adquirir competencias digitares es un estorbo para profesores y alumnos, sobre todo para profesores que no son capaces de controlar qué uso les dan los alumnos a estos dispositivos dentro de los colegios cuando acceden a internet con ellos.
No obstante, a pesar de que estas comunidades van a disminuir la cantidad de pantallas en los centros, la mayoría de autonomías no están de acuerdo en eliminar de golpe estos accesorios por el elevado precio que las administraciones han pagado por ellos. En concreto, desde el año 2021 se han destinado a Educación 1.660 millones de euros para dotar de tecnología las aulas e integrar la digitalización en todos los niveles educativos.
¿Y si nos estamos equivocando y toda esta inversión es contraproducente? Se ha demostrado que utilizar dispositivos electrónicos durante un periodo de tiempo prolongado desfavorece la creatividad de niños y jóvenes, genera dependencia, además de problemas físicos de carácter postural. Los más jóvenes son usuarios activos de la tecnología y los que más riesgos tienen de sufrir las consecuencias de una mala planificación de la digitalización de la educación.
No obstante, creo que el uso de la tecnología en la educación de nuestros hijos puede integrarse de manera plena. En primer lugar, porque su uso estimula el atractivo de aprender junto a pantallas. En segundo, porque debemos considerar esas pantallas como un acompañamiento seguro y fiable dado que se emplean recursos que permiten adaptarse a cada tipo de aprendizaje y no es justo que la sociedad esté experimentando una transformación digital y que los más pequeños no tengan derecho a ser partícipes de dicho cambio sólo por nuestra ineptitud de adaptar estos hechos en el ámbito de la educación.
De todas maneras, la tecnología es más “peligrosa” para los adolescentes o jóvenes adultos que para los niños porque nosotros tenemos y debemos tener el control de cuánta y de qué tipo de tecnología dejamos a los niños, mientras que a medida que crecen y se vuelven independientes y tienen sus propios móviles, tablets, ordenadores… Estos últimos copan todas las clases de las universidades españolas, y me temo que del resto del mundo también. Así que te invito a comprobarlo por ti mismo/a. Entra como oyente a una clase universitaria y verás que más de la mitad de la clase tiene un ordenador sobre la mesa desde el que toma apuntes. Los estudiantes argumentan que de esta manera consiguen tomar apuntes más rápido, aunque varios estudios han demostrado que si se utiliza papel y bolígrafo como antaño, se retiene mejor la información y ejercita la memoria.
A pesar de que asociamos digitalización con pantallas, millones de píxeles y miles de colores, no debemos olvidar que la tecnología no es una babysitter, que deba estar pendiente de cada paso que dan los niños. Tampoco es normal dar un móvil o una tablet a un niño sin supervisión. Estamos hablando de la digitalización de las aulas, aunque las consecuencias de su mala aplicación provengan de casa, es decir, de la sociedad. Nos hemos dado cuenta de que estos dispositivos distraen y hacen que la concentración en un entorno proclive para ello, brille por su ausencia.
Así que sí, nos hemos equivocado. Pensábamos que lanzar a las generaciones más pequeñas a los brazos de la tecnología iba a ser el futuro, pero no. Fallamos al utilizar a los niños como conejillos de indias, como si la digitalización social fuera de quita y pon, como si no tuviera consecuencias. Pero las hay. En los colegios, universidades, en casa… Los chavales, y los adultos también, que no nos libramos, somos carne de distracción. ¿De verdad pensábamos que los niños no? ¿De verdad pensábamos que los profesores de antaño sin formación sobre competencias digitales podrían contener el potencial de la tecnología dentro y fuera de las aulas?