La digitalización crece a un ritmo vertiginoso

¿La tecnología se apoderará de nuestros sentidos?

La digitalización crece a un ritmo vertiginoso. Hemos dejado de sentir. La tecnología ha vendido nuestros sentidos. Desde hace diez años, el uso de teléfonos móviles que hay por habitante ha aumentado exponencialmente. A finales de 2021, el 96% de la sociedad española tiene al menos uno de estos dispositivos. Con estos datos en la mano, superamos a Estados Unidos, China o Francia.

Nuestra manera de proceder con estos aparatos ha sido, y es, clave para entender las circunstancias tecnológicas que nos rodean. Hemos cambiado mucho. A día de hoy, quien no tenga un móvil puede parecer alguien desconectado y ajeno al entorno que le rodea.

De igual manera, en los últimos años, la tecnología ha avanzado tanto que pronto debemos plantear cuestiones éticas y morales sobre el uso de las nuevas tecnologías como lo es la realidad virtual.

Hoy por hoy, los avances en tecnología permiten que podamos crear escenarios aparentemente reales gracias a la realidad virtual. Estas simulaciones posibilitan al usuario sentir determinadas experiencias sensoriales como viajar virtualmente a una ciudad o visitar un museo sin salir de casa, por ejemplo.

La realidad virtual ha generado que podamos sentir experiencias únicas hasta ahora. Este tipo de tecnología nos ha permitido anticipar la incertidumbre a lo que lo analógico nos tenía acostumbrados.

Ahora bien, durante años, la sociedad ha intentado digitalizar los sentidos para satisfacer las necesidades más inmediatas de los individuos. Esta tarea parece fácil, pero ¿os imagináis que podamos saborear un vino o el mejor queso curado que vendan en la otra punta del planeta sin movernos del sofá de nuestra casa? No somos conscientes de hasta qué punto la tecnología ha invadido nuestros sentidos. Nuestro cerebro distingue si nos encontramos en un ambiente real o ficticio, pero no sabemos hasta cuánto tiempo esto será así.

La digitalización de los sentidos es fascinante e intimidante. Fascinante porque somos capaces de sentir y adaptarnos a un ambiente tan virtual como aparentemente real, e intimidante porque nos hemos lanzado a los brazos de lo desconocido con la confianza figurada de nuestra más que aceptada adaptación al medio virtual.

Este escenario en el que nos encontramos hoy en día nos arrastra hacia la cuestión sobre si somos capaces de diferenciar un entorno virtual de uno real. Para vosotros, ¿las experiencias vividas a través de la realidad virtual las consideráis auténticas, aunque se hayan vivido digitalmente?

De igual modo, no sé hasta qué punto podremos experimentar nuestros sentidos al máximo en el entorno digital. Hay determinadas sensaciones que son, bajo mi punto de vista, muy complicadas de interpretar en un ambiente ficticio. Hasta casi imposibles me atrevería a vaticinar por nuestra propia naturaleza.

Por una parte, una de las ventajas de la realidad virtual es que nos permite percibir lo táctil en un entorno irreal y recrear experiencias vividas, así como ejercitar nuestra memoria a través de los recuerdos. Pero por otra, somos incapaces de hacer lo mismo con los sabores y los olores. Volvamos al ejemplo del vino. ¿Consideráis que al igual que el tacto y la vista, el gusto y el olfato se podrán experimentar sin palparlo en realidad? Yo lo dudo mucho.

¿Cómo se digitaliza el sentido del gusto? Hay determinadas experiencias en las que confluyen varios sentidos simultáneamente como, por ejemplo, en una cata de vinos o de quesos que hemos comentado unos párrafos más arriba. En el caso del vino, para disfrutar completamente la experiencia, intervienen factores táctiles como la forma y la textura de la copa desde donde lo probemos, el color… Además del básico olfato y, por supuesto, el gusto. Todo ello, hace que la experiencia sea completa. Incluso el ambiente que nos rodearía en ese instante es importante, así como las personas que nos acompañan y completan esta vivencia.

Las interacciones de nuestros sentidos se adaptan al entorno en el que desarrollan su actividad, pero la cuestión fundamental aquí reside en si lo que sentimos a través de la realidad virtual es igual de real que lo que sentimos en un entorno tradicional.

Nuestra impaciencia por digitalizar todo aquello que nos rodea precipitará que dejemos de sentir porque hemos vendido nuestras capacidades sensoriales y analíticas a la tecnología como una apuesta segura. Pero de momento, y me temo que por mucho tiempo, los sentidos seguirán siendo singulares al ser humano.

Por ahora, nuestros sentidos funcionan correctamente, pero en el momento en el empecemos a digitalizarlos tendremos por delante un reto para el que tendremos que, además de tener las cinco alertas a máxima potencia, inventarnos otras para no perder, al menos, el sentido común.

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