Prioridad antes que privacidad
Las personas somos celosas de nuestra intimidad o, al menos, eso aparentamos. Utilizamos los dispositivos electrónicos sin apenas prestar atención a las políticas de privacidad de las aplicaciones que descargamos. Estas políticas son las medidas de seguridad y el tratamiento de los datos que recopilan sobre nosotros las empresas y que tienen el deber legal de comunicarnos, como usuarios, si deseamos utilizar sus servicios y las consecuencias que ello conlleva pero somos miopes digitales y preferimos prioridad de paso en la red antes que la privacidad.
Todo consumidor tiene derechos sobre su privacidad dentro y fuera de Internet. El problema surge cuando somos nosotros quienes ignoramos cómo nos afectará proporcionar nuestra huella en la red gratuitamente. ¿Cuántos de vosotros evitáis leer el “tocho” que advierte sobre cómo se tratarán nuestros datos y aceptáis dichas políticas sin leer ni siquiera la primera línea? Quizá si lo hiciéramos no comprenderíamos ni la mitad de los artículos de todo el texto, pero lo aceptamos igualmente como si fuera algo tan normal como pestañear.
Tenemos tan interiorizado que para usar una determinada aplicación debemos aceptar las condiciones de privacidad que apenas nos detenemos un instante en analizar qué papel juega el consentimiento del usuario en base a la privacidad digital. Por consiguiente, preferimos usar sí o sí aplicaciones como Instagram, YouTube o Spotify sin conocer que estamos proporcionando datos y comportamientos personales diarios acerca de nuestros gustos musicales, cuándo escuchamos música y durante cuánto tiempo, o nuestras inquietudes creativas en Instagram o YouTube.
No obstante, es importante que las empresas que nos ofertan sus servicios nos informen qué hacen con nuestros datos y la finalidad del tratamiento de estos cuando aceptamos las condiciones de uso obligatorias para tal fin.
Aún así y aunque la privacidad sea per se imperativa en el entorno digital, permite a las empresas monitorizar nuestros movimientos dentro de la red para mejorar nuestra experiencia de usuario a la par que nos desnudan digitalmente.
Una huella fantasma
Asimismo, en el mercado de aplicaciones móviles existen ‘apps’ para todo tipo de gustos y demandas. Hay programas que monitorizan nuestra salud, recopilando datos sobre nuestra frecuencia cardiaca, la cantidad de pasos que hemos dado en un día permitiéndoles saber si hemos salido de nuestro hogar o si hemos ido al gimnasio y durante cuánto tiempo nos hemos ejercitado.
Por tanto y aunque no seamos conscientes de todo lo que supone, estamos controlados desde el momento en que aceptamos la política de privacidad – también desde que encendemos un móvil gracias a la ubicación GPS – y no sabemos quién o quiénes ni con qué propósito se usarán nuestros registros personales. Seguro que, si hacéis una búsqueda en Google o en otro motor de investigación, automáticamente en aplicaciones o en otras pesquisas que hagáis a posteriori os saldrán noticias o publicidad relacionada con la primera búsqueda que habéis hecho. Este es un claro ejemplo de cómo funcionan los algoritmos y la burbuja de filtros que personalizan el resultado de nuestras búsquedas, alejándonos quizás así de la realidad que nos incitó a utilizar estas aplicaciones.
Estas pequeñas acciones, además de mostrarnos sutilmente las consecuencias de aceptar las políticas de privacidad, muestran cómo nuestra información personal, nuestro rastro en la red acaba en manos de terceros para los que aparentemente y legalmente hemos permitido tal control sobre nuestros gustos a través de un dispositivo electrónico.
Parece una paradoja que demos consentimiento a todo sin plantearnos las consecuencias que conlleva, pero cuando las sufrimos exigimos responsabilidades y nos planteamos cómo ha podido suceder. Un claro ejemplo son las llamadas publicitarias a nuestros números de teléfono para vendernos un producto que nunca hemos consumido, o sí, y nos preguntamos de dónde han sacado nuestro teléfono si nunca hemos contactado con ellos. Esto acontece porque cuando permitimos que usen nuestros datos personales, parte del tratamiento es cederlos a terceras personas o corporaciones.
La transformación digital nos persuade a sumergirnos en un entorno como tal para el que sí estamos preparados, pero no sabemos comportarnos dentro de ese marco donde parece que ignoramos a propósito lo que en la vida real no consentiríamos dado que valoramos antes la prioridad antes que la privacidad.
En el próximo post relacionaré las ventajas de la recopilación de datos y su vinculación con las estrategias de marketing para proporcionar experiencias únicas al usuario de la que salen beneficiados tanto el usuario como la empresa, pero, ¿a qué precio y a cambio de qué?
Cada día voy aprendiendo más de este mundo digital y ahora voy entendiendo muchas de las cosas que entran en mi teléfono y en mi ordenador
¡Me alegra que este blog te ayude a comprender el mundo digital! Es cierto que, en muchas ocasiones, no somos conscientes del alcance que tienen los dispositivos electrónicos que cuentan con conexión a la red y la repercusión que tiene en nuestras vidas. Te recomiendo que leas este post relacionado también con la privacidad en nuestros móviles: https://andresmacario.com/big-data-como-estilo-de-vida/
¡Gracias por compartir tus ideas!