El e-fuel no es tan “eco” como nos hacen creer
En los últimos años, los coches eléctricos han ganado popularidad en todo el mundo con el objetivo de reducir la huella de carbono y luchar contra el cambio climático. Sin embargo, los coches eléctricos no están exentos de polémica dada la actual escasa infraestructura de carga o el precio elevado de estos coches. Como contrapartida, Alemania ha dado el visto bueno para vender vehículos de combustión que funcionen con e-fuel, la gasolina ecológica.
Los coches eléctricos son necesarios a pesar del recelo inicial, en parte, por la falta de infraestructuras que sustenten la viabilidad de la inversión en un vehículo de estas características. A medida que el mercado de los vehículos eléctricos sigue evolucionando, los consumidores deben considerar sus necesidades y evaluar si un coche así es la opción adecuada para sus vidas. Por ejemplo, cuando una persona se va a comprar un coche, además del presupuesto, nos fijamos en si los vamos a utilizar a diario o en ocasiones concretas; si nos moveremos por ciudad o por las afueras; si lo preferimos manual o automático. ¿Qué valor añadido nos da entonces el eléctrico, independientemente de luchar contra el cambio climático?
Además de los coches eléctricos y esas elecciones, dejando aparte el tapizado del coche, han surgido otras propuestas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y son los vehículos que funcionan con e-fuel, que es un tipo de combustible producido a partir de la electrólisis de agua y la captura de dióxido de carbono (CO2) del aire. Los vehículos que funcionan con e-fuel no emiten gases de escape tóxicos y tienen el potencial de reducir significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
Tecnologías emergentes: e-fuel
Ahora bien, los coches eléctricos y el e-fuel son dos tecnologías emergentes en el mercado de la automoción que buscan luchar contra el cambio climático. Los vehículos electrificados tienen la ventaja de ser completamente libres de emisiones de gases de efecto invernadero, lo que los convierte en la opción más limpia y sostenible, en detrimento de los coches de combustión, es decir, los convencionales.
A pesar de las ventajas que ofrecen los coches eléctricos, su autonomía es limitada y faltan infraestructuras de carga repartidas por toda la península, que garanticen un kilometraje decente cuando se quiere viajar en coche. Por su parte, el e-fuel, una alternativa sintética y renovable a los combustibles fósiles, ofrece una autonomía mayor y una infraestructura de distribución ya existente. Pero no debemos olvidar que el e-fuel tiene su trampa: la producción de e-fuel es más costosa y más energía renovable para su elaboración.
Hace unos días, Alemania dio el visto bueno al e-fuel de cara a la Agenda 2030. Es decir, se ha dado el “ok” a vender un coche de combustión, siempre y cuando se emplee un combustible no contaminante, en este caso, el e-fuel. Será a partir de 2035 cuando suceda. Y ellos mismos han reconocido que el combustible e-fuel será demasiado caro como para universalizar su uso. Ya no sólo para el ciudadano, sino que la producción del mismo aparentemente será muy cara.
La Agenda 2030 trae más disgustos que alegrías y más contradicciones que beneficios claros. Para hacer elegir a un ciudadano entre un coche 100% eléctrico que “no contamina” y entre otro que es convencional pero que usa un combustible “ecológico”, ¿qué hará los ciudadanos? ¿Cuánto contaminan los vehículos eléctricos en su producción? ¿Merece de verdad la pena el cambio, o sólo es un lavado de cara?
Veremos cómo nos afecta y qué decisiones tomamos entonces.