Especialistas en caricias

Desde que nacemos necesitamos las caricias para vivir. Nos afectan profundamente en la salud, la seguridad en nosotros mismos y el comportamiento social. Unas proteínas en la piel actúan como perceptores y unas neuronas especializadas filtran e interpretan el tipo de estímulo que recibimos a través del tacto. Necesitamos el contacto físico durante toda la vida, tanto que, si nos falta, podemos enfermar y hasta morir. Todo afecta a nuestro alrededor: lo que vemos, lo que oímos, lo que sentimos… Conforme crecemos, adquiere mayor importancia otro tipo de caricias que no son físicas: la atención que nos prestan y el reconocimiento de quien nos rodea. En el trabajo surge la necesidad de la gestión del talento que desemboca en el reconocimiento emocional aplicado al mundo laboral.

Vivimos en una sociedad que ha ido estableciendo unas estructuras, una suerte de normas no escritas por las cuales reducimos al mínimo las caricias que damos y que recibimos. Nos da como vergüenza. Barreras invisibles nos mantienen en un aislamiento frío y estanco que tememos transgredir para no salirnos del patrón. Apuntalamos nuestro espacio de intimidad con razones que construyen una economía en la que añadimos, a la lista de recursos escasos, acciones tan sencillas como dar las gracias, sonreír o manifestar estima. ¡No digo ya ni siquiera amor! Quizá porque creemos que quien está a nuestro lado no merece el reconocimiento; o que expresar aprecio nos desmerece; o, simplemente, porque no pensamos que sea necesario: creemos que un gesto amable es un adorno del que se puede prescindir. A veces somos nosotros mismos los que sentimos que no merecemos recibir este tipo de caricias; o creemos que nos van a adormecer; o no nos atrevemos a pedirlas para no resultar débiles o sensibleros.

Caricias, la mejor palanca de motivación

Por algún motivo, en nuestra sociedad, frenamos la circulación del recurso que mayor potencial de activación tiene sobre el ánimo y la felicidad. También sobre la confianza o el crecimiento personal y profesional. Asimilamos parámetros que frenan, no solamente el bienestar general, sino la generación de riqueza a través de la capacitación, la innovación y el emprendimiento. La caricia –el reconocimiento, en cualquiera de sus formas- es la más potente palanca de motivación en el trabajo. Pero no la usamos, porque nos da corte o… ¿para qué? En su lugar inventamos complejas fórmulas que tratamos como incentivo, con poca capacidad estimuladora porque, en el mejor de los casos, sólo se perciben de forma cognitiva. No estimulan las emociones ni afectan a las estructuras básicas de la persona, por lo que son débiles y cortoplacistas.

¿Por qué agradecer un trabajo bien hecho de un empleado si para eso le pagamos? Se va a relajar si le felicitamos. Ya sabe que le aprecio, no hace falta que se lo diga. Son algunas de las excusas que nos ponemos para no ofrecer reconocimiento, para no exponernos fuera de los esquemas habituales o para que no nos tomen por blandos. Como si comer un día fuera motivo para no hacerlo al día siguiente. Como si fuera un recurso escaso que nos cuesta o se nos puede terminar, cuando es todo lo contrario. En el trabajo –como en todos los ámbitos de nuestra vida- el reconocimiento es un alimento necesario. No es un recurso escaso pero sí hay que saber administrarlo. Cuando alguien no recibe las caricias positivas que necesita, tiende a comportarse de manera perjudicial para los demás –o para sí mismo- para así, al menos, recibir algún tipo de atención y reconocimiento, aunque se trate de un castigo o de lástima. Es el origen de las conductas tóxicas.

Caricias dirigidas a los niños

El racionamiento en la distribución de caricias suele quebrantarse sólo cuando los destinatarios son niños. Con ellos vemos natural –y socialmente aceptable- expresar cariño y ellos sienten y manifiestan la necesidad de recibirlo con la mayor naturalidad. Las caricias positivas son las que más fuerza tienen en su desarrollo y particularmente aquéllas con contacto físico durante los primeros meses de su vida. Las caricias incondicionales, aquéllas que se dan por quienes son, independientemente de lo que hagan, son las que mayor beneficio aportan a su salud emocional. No obstante, un exceso de ellas puede mermar su sentido de la responsabilidad. Las caricias condicionales, aquéllas que vinculamos a una acción –tanto si es para premiarla como para reprobarla- son necesarias para el aprendizaje y la asimilación de valores. Si se abusa de ellas, sin embargo, quien las recibe aprenderá a comportarse sólo para agradar a quienes lo rodean.

Las caricias no son cosa de niños, aunque siempre alimentan al niño que llevamos dentro. Dar las gracias con un motivo concreto –no como una acción mecánica-, sonreír o hacer un gesto afectivo como reconocimiento incondicional a una persona de nuestro equipo, va a reforzar su motivación y su autoconfianza, va a animarle a desarrollar su capacidad y aportar su potencial; puede ayudar a estimular su creatividad, su interés por innovar y emprender dentro y fuera del grupo de trabajo. ¿No son estos los aspectos que buscamos en el empleado del presente y del futuro? Si creemos que esto lo vamos a lograr con la tecnología, estamos muy equivocados. Sólo una persona puede estimular las raíces emocionales de otra. La economía digital viene precisamente a extender los sistemas de información y la aplicación práctica de los datos a la vida cotidiana, donde el ser humano aporta menos que la máquina. De la persona se demanda aprender a controlar estas herramientas digitales y, sobre todo, potenciar sus propias habilidades sociales, aquéllas que necesitamos para gestionar las emociones. El nuevo entorno demanda “especialistas en caricias”.

Publicaciones Similares

Un comentario

  1. Hola Andres!
    Hermoso y cierto lo que escribiste, coincido con lo que dices! Creo incluso que esa es una de las razones por las que tambien, muchas personas adoran a los animales, y es que ellos se dejan acariciar y son mimosos constantemente sin vergüenza!
    Pero es importante empezar a cambiar esto, naturalizar el afecto, el compartir, el ser en paz con los demás sin temor a salir heridos. Y mas importante aun en tener cuidado de no cortar esa emotividad en los niños.

    Te agradezco por el post y te dejo un afectuoso abrazo!
    Saludos, Naila

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *