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¿Exigimos demasiado a la tecnología?

La tecnología es un arma de doble filo. Hace unos meses hablé acerca de lo maleducados que somos cuando acapara nuestra vista. Cuando recibimos su estímulo le correspondemos como si fuera una orden suprema. En los tiempos que corren, la tecnología impera y nos dirige la vida y el problema es que nos estamos adaptando, para bien y para mal, demasiado rápido y/o demasiado despacio y no somos conscientes de lo que hacemos con ella, ni de lo que la tecnología hace con nosotros.

El ser humano ha ido adquiriendo habilidades adaptativas para sobrevivir en el entorno que le rodea. Sin embargo, la tecnología está acelerando este proceso a un ritmo mayor del que somos capaces de comprender y asimilar.

Tanto es así que un estudio publicado por el Daily Mail establece que estamos perdiendo, si no lo hemos hecho ya, unas veinte habilidades que hace tan solo unos años eran básicas en nuestro día a día. Hablamos de la capacidad de leer, de interpretar un mapa en papel, de buscar un dato en un libro, de tejer, de recordar números de teléfono, etc.

Otro punto importante al que no paro de dar vueltas es a la devaluación de la comunicación directa y asidua que teníamos antaño. Hemos llegado hasta el punto en que nos importa un pimiento mostrar un mínimo de deferencia hacia una fugaz compañía, por ejemplo, en un ascensor. Nos quedaremos sin saber qué tiempo hará mañana. Todo sea por mirar a la nada en el móvil. ¡Qué se le va a hacer…!

Un clavo saca otro clavo: tecnología vs. habilidades

A pesar de la poca condescendencia que estamos demostrando y de la pérdida de algunas destrezas, la tecnología nos brinda la oportunidad de adquirir otras esenciales para nuestro futuro y que nos harán la vida más fácil. El problema es que esas habilidades “tradicionales” desaparecen a un ritmo mayor del que adquirimos otras nuevas conciliables con la transformación digital, que avanza a pasos agigantados. De nosotros depende la calidad de vida a la que queremos aspirar de acuerdo a cómo nos responsabilicemos del porvenir tecnológico. No será algo abrupto, pero sí necesario y vital.

Sin embargo, a medida que damos un paso hacia la transformación digital juntamos destrezas y conocimientos en blockchain, big data, programación, Inteligencia Artificial, ciberseguridad, bioética, etc. No todo es tan catastrófico como parece. El desarrollo en tecnología puntera en el ámbito de la medicina, la computación o en la carrera espacial nos ha puesto un listón muy alto. La manera en que nos relacionamos con la tecnología es a veces imperceptible porque su irrupción hiperacelerada permite que nos lluevan nuevas tecnologías que podemos aplicar desde ya a nuestra cotidianeidad. Por ejemplo, en la domótica en los hogares con las bombillas o con los asistentes de voz a través de altavoces inteligentes, en los navegadores o cuando recibimos atención al cliente de alguna compañía.

Así que vale, hemos perdido algunas habilidades “tradicionales” pero, a cambio, hemos ganado otras que demuestran la transformación a la que las personas estamos siendo supeditadas. Porque al final se trata de eso: someterse a cambios forzosos pero beneficiosos para el ser humano. Ahora somos espectadores estáticos de estos grandes cambios. Por ello deberíamos cambiar el chip para confiar un poco en el apoyo que nos da la tecnología.

La fatiga tecnológica es culpa de la sobreabundancia, pero no de la innovación

Precisamente, con todos estos cambios estamos llegando a un punto de fatiga tecnológica (tecnofatiga). Estamos saturados de tanta novedad técnica que el ciudadano de a pie probablemente no comprende cómo le puede mejorar la calidad de vida el último descubrimiento de Silicon Valley.

Mientras los especialistas se concentran en desarrollar tecnologías para fines concretos, los ciudadanos de a pie nos tenemos que conformar de momento con los ‘restos’ que nos llegan de esa vanguardia tecnológica y que son las novedades “tácitas y tangibles” que podemos alcanzar. ¡Y menos mal!

No obstante, el factor sorpresa se ha desvanecido y este es el peaje que tenemos que pagar por tener tecnología puntera adaptada a un ritmo desmedido.  Es decir, vivimos bajo la impresión de que no se nos está ofreciendo nada novedoso que despierte nuestro interés y entusiasmo. Debemos estar al tanto de nuestra relación con lo puntero porque nos convertiremos en enclenques si no comprendemos qué es aquello que nos facilita la vida. ¿Exigimos demasiado a la tecnología?

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